miércoles, 16 de abril de 2014

La extinción de los arquitectos

La extinción de los arquitectos

publicado en Arquiscopio
Ostrich Pillow por Kawamura-Ganjavian para Studio Banana
A los arquitectos españoles de mi generación nos ha invadido la melancolía. Tras seis años largos de crisis del sector de la construcción, no podemos comprender todavía cómo es que aquí haya desaparecido completamente un sector que nos había dado una tarea ante la sociedad.

No es una situación en la que estemos solos. Nos acompañan en nuestra desdicha una parte sustancial de la población de nuestro país. Especialmente, los más jóvenes, cuya falta de ocupación colectiva y perspectivas de desarrollo personal es un escándalo que afecta también enormemente y no podemos ni debemos permitir por más tiempo. Y tampoco, es posible considerar que esta situación la hayamos propiciado solo los arquitectos, teniendo en cuenta el inmenso desastre que ha supuesto el manejo de la economía: una ciencia oscura que solo es capaz de predecir y explicar lo que ha sucedido en el pasado y cuyos representantes cometen tantas equivocaciones impunemente.
Esperamos la pronta aparición de nuevas maneras de trabajar que den una esperanza a todo un colectivo técnico y empresarial que, directa o indirectamente, se compone de varios cientos de miles de personas en España. Es lo que está ocurriendo con las iniciativas que tratan de impulsar la rehabilitación del parque construido y que suponen una esperanza para el resurgimiento de la construcción en nuestro entorno.
Para los que llevamos varias décadas en esta profesión, el reciclaje está siendo muy duro. Sobre todo, si tenemos en cuenta que las maneras tradicionales y artesanas en que se desenvolvía el ejercicio de la arquitectura no van a volver. Por ello, estamos obligados a buscar otros caminos de ejercicio técnico o, directamente, reciclarse hacia otras actividades en las que haya más posibilidades económicas reales. Quizás, algunos hayamos de asumir que solo nos queda el camino de la jubilación anticipada o la ausencia radical de recursos.
Una catástrofe que nos sume en una tremenda desazón, intentando explicar las razones del cambio. Es lo que han hecho dos compañeros en sendos textos que unimos aquí. Desde Valencia, Pablo J. López Hernández nos conmina advirtiéndonos con que No le digas a tu madre que soy arquitecto,una reflexión aparecida en su blog El Arquitecto Impenitente. Y desde Tenerife, Pedro Domínguez nos explica Qué es y qué fue un arquitecto, un artículo publicado en el diario local, La Opinión.
Hay que leer sus palabras como un epitafio ante el fenecimiento de una manera de entender el ejercicio de una profesión: “Requiescat in pace”. Pero también una vez muerto el rey, puede ser que pronto haya que dar vivas al nuevo rey.

Recreación del Tixosaurus. National Geographic, 2007

No le digas a tu madre que soy arquitecto (arquitectos al menudeo)
Pablo J. López Hernández. Extraido del blog El arquitecto Impenitente18/05/2012
Cuando yo era joven la carrera de arquitectura era una de la más guay. A ella se apuntaban, vocacionalmente unos, despistadamente otros, y todos soñadores  de futuras glorias. Entre nuestros amigos era una de las carreras que más molaba. Para los que aspirábamos  a ella, la arquitectura era la conjunción del arte y de la ciencia, del disfrute personal y del reconocimiento social. Todo fundido, encastado y  bien pagado. Lo más plus. La repera.
 También existían otras profesiones aupadas al pedestal de las “carreras buenas”. Pero los futuros “artistas” las despreciábamos un poco, porque pensábamos que eran más grises  y tristes. Su reconocida relevancia económica no nos interesaba en demasía, porque nosotros éramos más progres y estábamos en otros temas.
La arquitectura se escribía y hablaba siempre con A mayúscula. Desde antaño, los arquitectos habían ostentado un estatus de reconocimiento y dignidad. Su sentido de la sensatez y del bien hacer los respaldaban.
Pero todo ha ido cambiando a peor. Ahora estamos probando el hierro del paro, de la precariedad económica, y de una creciente y descalificante crítica social, crisis incluida. Desde hace, al menos una década, y descarnadamente en los últimos años, nos hemos caído, (mejor dicho nos han tirado), del egregio pedestal de antaño. Y parece que no quedarán muchos ni para recoger los trozos  rotos.
Los arquitectos del Star-Sistem, los glamurosos, comienzan ha ser a contemplados con recelo por los tantos  disparates megalómanos y los descontrolados dispendios económicos. Al  resto solo se nos utiliza y apenas se nos contempla. Y si se hace, generalmente tampoco es con grandes elogios.
¿Porque estamos donde estamos, sin pena ni gloria y con una gran mayoría inmersa en esta precariedad? Diré una primera razón que se me ocurre: Porque hemos olvidado nuestra función social (algunos ni siquiera la conocen todavía).   
También diré una segunda: Porque casi nos lo hemos ganado a pulso.
Lo demás es engañarse y como el poner tiritas para detener una hemorragia. Y no saldremos de esta si no identificamos y asumimos primeramente nuestros errores.  Solo citaré, por no aburrir, algunos de ellos:
 Primer error: Muchos arquitectos hemos olvidado la cualidad fundamental de lo que es la arquitectura.  Hasta hemos aceptado  que se  nos encasille como una “profesión” más. Ya sé que en la sociedad actual no es posible ir por libre y sin el titulito. Y que tampoco se trata de que todos los arquitectos nos creamos Borrominis o Palladios; pero hemos permitido, poco a poco, el soportar y el tener que dedicar la mayor parte de nuestro tiempo a pura burocracia y papeleo, en vez de poder pensar más en  formas y espacios. (a algunos ni siquiera les ha dado tiempo ni a pensar). Nos hemos “profesionalizado”, pero a peor.  Se nos cataloga, en el mejor de los casos, como unos meros firmones a  los que inexcusablemente hay que acudir para tramitar papeles y permisos. De arquitectura, a veces, ni se habla.
Segundo error: Endiosados y arrogantes en nuestro papel de “artistas”, hemos ido renunciando a otros campos de actividad de “bajo rango” para nuestras elevadas pretensiones. La vanidad no nos ha permitido, en el mayor de los casos, hacer nuestras y en profundidad otras formas alternativas de trabajo, e intentar impregnarlas de un espíritu propio. Cierto es que la valoración de un inmueble, o un estudio de seguridad y salud no son temas especialmente áulicos o para el cultivo de la belleza, pero seguro que siempre habrá algún resquicio para tunearlo. La mayoría ni lo hemos intentado.
Tercer error: “Cuanto más mejor, y si es en menos tiempo megamejor”. Cuando la coyuntura y la bonanza asi lo han permitido, los proyectos, las obras y las decisiones tomadas han carecido, y no nos ha importado, del tiempo de maduración que requerían. Acuciados por el propietario, por la promotora, o por la administración, hemos redactado los planes, proyectos, contraplanes y contraproyectos en tiempos récords en los que hasta difícilmente era posible siquiera el leerse bien  las normativas y ordenanzas o entrar en la esencia de cada cuestión. El desastroso resultado edilicio en algunas zonas, sobre todo del litoral, a la vista está y con el nuestro menguante prestigio.
Cuarto error: Estúpidamente hemos entrado en la trampa del regateo económico y de las rebajas. El engañoso lema de “mayor resultado en menor tiempo” (la maldita competitividad), lleva aparejado el “que si se hace tan rápido es porque, al fin y al cabo,  lo que se hace no es tan difícil y es solo papel  (a mi  me lo han dicho más de alguna vez), y por lo tanto su valor también vale menos. Defender que detrás del papel hay muchas más cosas es cansado y aburrido, y cuanto más poderoso económicamente e inculto es el cliente (suele coincidir), más le traen sin cuidado nuestras teorías proyectuales, (que la verdad, algunas son un poco pedantes). En el caso de las grandes promotoras la situación es sangrante. Así que todos a  jugar al si-quieres-lo-tomas-y-si-no-lo-dejas-y-rapidito-que-hay-cola.
Quinto error: Hemos tragado año tras año, legislatura tras legislatura, con todo el aluvión de normas, códigos, y decretos con que se nos ha torpedeado. El CSCAE no ha resultado precisamente demasiado eficaz. La administración,  los otros colectivos, o quien  pasaba por allí, nos han metido todos los goles que han querido. La LOE, la Ómnibus esa,  Bolonia, el CTE, y yo no sé cuantas cosas más, por no entrar en el  sudoku de las distintas legislaciones que cada Comunidad Autónoma se ha ido inventado, han convertido nuestra tarea en una verdadera carrera de obstáculos. Toda una serie de corsés legislativos, decretos, modificados de errores de los decretos y normas cambiantes y hasta contradictorias. Cuando nos hemos dado cuenta ya estábamos liados en una maraña sin salida cuya finalidad es solo una : los arquitectos son los responsables de todo.
Sexto error: El creernos estar por encima del bien y del mal cuando a la crisis actual ya se le veían las orejas. Hemos cerrado los ojos ante la realidad que llegaba. Al que le iba bien porque le iba bien, y pensó que de esta se salvaba. Al que le iba mal  porque ni se había enterado de que alguna vez las cosas fueron mejores. Encerrados en nuestro caparazoncito, ingenuamente, nos creíamos intocables. Así nos va.
Séptimo error: Muchos no nos hemos adecuado, seriamente, a las nuevas formas de trabajar que los tiempos y la sociedad actual exigen. Nuestra genial individualidad estaba por encima de todo. Trabajábamos “multidisciplinarmente”, pero solo de boquilla. Muchos contábamos solo con algún ingenierete para resolver lo del aire acondicionado, y la estructura si aquello se complicaba un poco. Ni nos hemos enterado en los tiempos que corren  que  la arquitectura no es solo ese dibujito ese que hacemos en la servilleta de papel el  rato en que estamos “inspirados”, y que el trabajo de equipo tampoco se limitaba solamente a  esa petulante y paleta coletilla del  “y asociados”,  “arquitectura integral”, y otras sandeces que pomposamente ponemos en nuestras tarjetas y en nuestros logotipos, eso si, perfectamente diseñados.
Pirámide de Cayo Cestio. Roma, año 12 dC.
La mayoría no hemos sido conscientes de que la arquitectura se ha transformado en una disciplina compleja, que exige una  respuesta  multidisciplinar, pero de la de  verdad, y en la que hay que aceptar que uno no lo sabe todo, y en la que para sintetizar y coordinar eficazmente hay que contar primero con quienes si saben  específicamente de otras cosas. En nuestro papel de ” divinos solistas”, a muchos se nos olvidó que existía el resto de la orquesta.
En E.E.U.U ya no existen prácticamente, o muy escasamente, los arquitectos independientes. En China, el que trabajen dos mil  arquitectos (chinos) en el mismo edificio es cosa normal. Que yo sepa, en España la mayoría de la profesión aún se concentra en estudios de pequeña escala. Y ahora con la crisis ni eso. Y no es que en USA  o en China tengan mayor potencial económico (que lo tienen), sino que han aprendido rápido como se tienen que hacer las cosas actualmente y con verdaderos equipos. Hemos perdido el paso que la sociedad actual lleva.
Existen más errores, que ahora ni  soy capaz  de descubrirlos, pero que nos han llevado ningún sitio y a estar un poco perdidos. Y ser carne fresca de cañón para los que nos tenían ganas.
Se nos dice que tenemos que renovarnos. Tal vez sea lo cierto. Yo lo único que sé es que hemos pasado anteriormente por circunstancias parecidas, más leves sin duda, y que ciertamente, solo nuestra capacidad camaleónica de adaptación nos salvó.
Así que para no acabar en vía muerta, tendremos que reinventarnos. La ilusión y la imaginación son las  armas con que contamos y que nunca nos han fallado. Y además entender que aparte del dibujito de la servilleta, hay que incorporar en nuestra tarea las cualidades que los  tiempos exigen inexorablemente: sostenibilidad, ecología, ahorro (energético y de los otros), respeto medioambiental, equipos, economías,  integración, especialización,……… y todo lo que se nos ocurra. Por ahí va inevitablemente el futuro si queremos sobrevivir y que la sociedad nos reencuentre. Para los jóvenes arquitectos es una obligación. Para los mayores casi una quimera. Mientras tanto a apretar los dientes y a aguantar.
Habrá que renunciar, de momento, a nuestra ansiada subida al Olimpo de los dioses. Para subsistir, y durante la ineludible travesía, a picotear por aquí y por allá y trabajar un poco al menudeo. ¡Ah!, y seria advertencia para aquellos con novias/novios o ligues con futuro: mejor que tu pareja no le diga a tu madre que sale con un arquitecto…
Grande Galerie de l’Evolution. Muséum National d’Histoire Naturelle. Paris. Paul Chemetov y Borja Huidobro, 1994
Qué es y qué fue un arquitecto 
Por Pedro Domínguez Anadón.  Periódico La Opinión de Tenerife. 11/04/2013

Si tuviéramos que explicárselo a un adolescente, que busca encuadre en la sociedad, le diríamos que es alguien que establece una relación especial y generalmente prologada en el tiempo, con su cliente, incidiendo no sólo en su economía, sino también, y sobre todo, en el desarrollo de su vida posterior.
Es decir, que un arquitecto viene a ser como un amante circunstancial, alguien al que se le entrega el corazón y el alma para que los administre durante una temporada: está en el arte y en el oficio del arquitecto el que de esa relación surja una maravilla o un engendro.
El marco en el que se desarrollaban estas esporádicas relaciones era la sociedad, y físicamente se concentraban en las instituciones así como en los entornos privados de reunión. El arquitecto, además de tener arte y oficio, debía tener cultura de todo tipo, dotes de mando y capacidad de organización; sería entonces lo más parecido a un director de orquesta, no solamente tendría que dirigir un pequeño ejército sino que también tendría la responsabilidad de hacerlo sonar bien.
Un arquitecto sabe de geometría y conoce, por tanto, que un plano pasa por tres puntos; si fallara uno solo de esos puntos el plano dejaría de existir. Pues bien, esto es en gran parte lo que ha sucedido: el plano en el que se sustentaba su actividad se componía de: su arte, su oficio y sus clientes y esta última pata de la mesa ha fallado y, como en un cataclismo, todo ha rodado al suelo y con ello no sólo se ha arrasado con la existencia de una profesión que se remonta a los orígenes de la humanidad, o como mejor dice un amigo poeta: una profesión tan necesaria y de reconocida utilidad, sino que ha traído consigo la ruina para otros muchos sectores que se descolgaban de su actividad.
Hall del Science Museum de Londres 
No solamente se ha cerrado el 95% de los llamados: despachos de arquitectura, sino que también se han visto afectadas otras profesiones y oficios colaboradores como: ingenieros industriales, de caminos e hidráulicos, agrónomos, calculistas, aparejadores, topógrafos, delineantes, artistas, biólogos, geógrafos, matemáticos, maquetistas, creadores de modelos, publicistas, suministradores de materiales, albañiles, fontaneros, electricistas, yesistas, carpinteros, metalistas, fundiciones, reprógrafos, fabricantes de software, fabricantes de mobiliario, viveristas, etcétera… Todos ellos han desaparecido o reducido su actividad al mínimo tras nuestra debacle después de que el plano se desequilibrara. ¿Dónde? ¿Dónde están los clientes? ¿Debajo de las piedras? ¿Detrás de los mercados? ¿Escondidos detrás del gobierno? ¿Volaron como los presupuestos de las instituciones?
Trato de buscar en la naturaleza una imagen semejante a esta especie de extinción y lo más cercano que encuentro es cuando se describe la desaparición de un ecosistema y sus nefastas incidencias a nivel global, y en tal caso, ya se sabe cuáles son las consecuencias de la extensión de un contagio de este calibre.
Existe un cierto pudor entre mis colegas que les induce a silenciar este estigma, es como el aristócrata que lleva su ruina con resignación, pero son tiempos de cambios profundos frente a los cuales no vale ya exhibir los antiguos modelos. Así que más nos vale reinventarnos y aprender a encarar los nuevos retos, no solamente los que hemos tenido la suerte de ejercer con dignidad esta bellísima profesión, sino también la joven legión de nuevos grados que miran con desconsuelo cómo se han esfumado sus ilusiones. Todos tenemos ahora la obligación moral de alzar la voz, de plantear la exigencia y de dar soluciones a la extinción en masa de ésta profesión.
Un buen paso adelante sería aprovechar este tiempo muerto, nunca mejor dicho…, para afianzar la pata correspondiente al oficio y ponernos en consonancia con la especialización que de todas maneras y a pesar del parón estamos, si somos profesionales, obligados a mejorar.
Si evoco ahora las palabras de José Agustín Goytisolo en su poema Manifiesto del diablo sobre la arquitectura y el urbanismo: “Pienso en las ramas que emergerían de mí si fuera un cerezo…”, no puedo evitar un estremecimiento.

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