miércoles, 17 de enero de 2018

mail dirigido a Juan Carlos Lopez Mena - dueño de Buquebus

Sr. Juan Carlos López Mena

Me dirijo a usted para contarle lo que me paso, el pasado 10 de enero, como pasajero de uno de sus barcos el Eladia Isabel, que tomamos para cruzar de Buenos Aires A Colonia.
Nos embarcamos esa mañana, rumbo a mi destino que era pasar unos días de descanso cerca de José Ignacio.
Hacía varios años  que no viajaba al Uruguay y esta vez lo hice junto a mi señora, Estela,  mi hija mayor,  María Paz, mi nieto Ramón y mi perro Tito , un bulldog Francés de casi 8 años.
Mi hija había averiguado y sabía que Buquebus permitía el traslado de mascotas, cumpliendo con los requisitos sanitarios de vacunas y enfermedades.
Al embarcar, un empleado, de muy mala manera, me dijo que no podía subirlo a la cubierta ya que pesaba más de 5 kg (Tito pesaba apenas 10 kg) y la desatención y descortesía continuo cuando solicitando poder dejar el auto sobre un lateral para poder ingresar durante la travesía para darle agua y acompañarlo, me lo negaron y me hicieron ubicar el auto en una de las apretadas filas. Me quede dentro del auto para verificar que podía volver a entrar y me hicieron salir, deje las ventanillas semiabiertas y otro empleado, ante mis requerimientos, de tener lugar para acceder al auto, me tranquilizo diciéndome que iba a ubicar una auto chico para que yo pudiera entrar, le di una propina agradeciéndole, “amago” no recibirla y la guardo en su bolsillo.
Pero realmente a este empleado tampoco le importo nada ya que al zarpar el barco cuando baje para darle un poco de agua y tranquilizar a Tito, me di cuenta que no podía entrar por ningún lado ya que los autos estaban todos pegados uno a otro sin dejar ningún espacio.
Durante el viaje baje varias veces y veía a mi perro bastante asustado, trataba de calmarlo y le tiraba desde la ventanilla un poco de agua a los pies del asiento delantero, donde se había ubicado, seguramente para paliar el calor del lugar.
Cuando bajamos para subir al auto y desembarcar, al acercarme desde la ventanilla lo vi recostado sobre mi asiento y muy quieto, presentí que estaba muerto, desesperado le pedí a los que embarcaban que dejaran subir a mi familia por las planchada de salida de los viajero de a pie, pero no solo, al principio, me lo negaban, diciéndome que no se podía, sino a la primera persona que se lo pedí varias veces, ni siquiera me contestaba y como seguía quiso venir a agredirme, lo pararon varias personas y uno de los tripulantes, comprendiendo la situación, acompaño a mi familia a la salida.
Cuando al fin pude subir Tito, mi perro, mi amigo, estaba muerto.

Yo lo conocí a usted y a la que era, en ese entonces su secretaria, hace muchos años, en mi carácter de periodista cubrí, no solo el diseño y comodidades de vario de sus barcos sino también las inauguraciones de sus terminales y sus ampliaciones (entre 1967 y 1973 en notas del suplemento de arquitectura y diseño  del  Cronista Comercial, que hacíamos con el arquitecto Carlos Dibar como en otros medios que a lo largo del tiempo fui participando con la producción de contenidos.
Las notas siempre fueron elogiosas, de su empresa y de sus realizaciones, porque estaba convencido de la valía y pujanza de su persona y de su empresa que crecía, dando un servicio de atención a la gente, a sus pasajeros.

Pero hoy, varios años después, veo con tristeza, que han perdido sus objetivos, se han convertido en una de las tantas empresas cuyo único objetivo es recaudar y que debido a las prebendas de los distintos gobiernos de turno les “fabrican” una exclusividad que permite que ello ocurra, sin importarles la gente SUS CLIENTES.
A mis casi 72 años, he perdido a mi perro Tito, que me acompaño durante casi 8 años, eso me pone muy triste, pero mucho más triste me pone que mucho de las personas que dirigen muchas de las empresas, como la suya, han perdido su rumbo.
Ya no tienen un capitán, un timonel que los lleve a buen rumbo.

Carlos Sánchez Saravia