Sr. Juan
Carlos López Mena
Me dirijo
a usted para contarle lo que me paso, el pasado 10 de enero, como pasajero de
uno de sus barcos el Eladia Isabel, que tomamos para cruzar de Buenos Aires A
Colonia.
Nos embarcamos
esa mañana, rumbo a mi destino que era pasar unos días de descanso cerca de José
Ignacio.
Hacía
varios años que no viajaba al Uruguay y
esta vez lo hice junto a mi señora, Estela, mi hija mayor, María Paz, mi nieto Ramón y mi perro Tito , un
bulldog Francés de casi 8 años.
Mi hija había
averiguado y sabía que Buquebus permitía el traslado de mascotas, cumpliendo con
los requisitos sanitarios de vacunas y enfermedades.
Al
embarcar, un empleado, de muy mala manera, me dijo que no podía subirlo a la
cubierta ya que pesaba más de 5 kg (Tito pesaba apenas 10 kg) y la desatención y
descortesía continuo cuando solicitando poder dejar el auto sobre un lateral
para poder ingresar durante la travesía para darle agua y acompañarlo, me lo
negaron y me hicieron ubicar el auto en una de las apretadas filas. Me quede
dentro del auto para verificar que podía volver a entrar y me hicieron salir,
deje las ventanillas semiabiertas y otro empleado, ante mis requerimientos, de
tener lugar para acceder al auto, me tranquilizo diciéndome que iba a ubicar
una auto chico para que yo pudiera entrar, le di una propina agradeciéndole, “amago”
no recibirla y la guardo en su bolsillo.
Pero realmente
a este empleado tampoco le importo nada ya que al zarpar el barco cuando baje
para darle un poco de agua y tranquilizar a Tito, me di cuenta que no podía entrar
por ningún lado ya que los autos estaban todos pegados uno a otro sin dejar ningún
espacio.
Durante el
viaje baje varias veces y veía a mi perro bastante asustado, trataba de
calmarlo y le tiraba desde la ventanilla un poco de agua a los pies del asiento
delantero, donde se había ubicado, seguramente para paliar el calor del lugar.
Cuando
bajamos para subir al auto y desembarcar, al acercarme desde la ventanilla lo
vi recostado sobre mi asiento y muy quieto, presentí que estaba muerto,
desesperado le pedí a los que embarcaban que dejaran subir a mi familia por las
planchada de salida de los viajero de a pie, pero no solo, al principio, me lo
negaban, diciéndome que no se podía, sino a la primera persona que se lo pedí
varias veces, ni siquiera me contestaba y como seguía quiso venir a agredirme,
lo pararon varias personas y uno de los tripulantes, comprendiendo la situación,
acompaño a mi familia a la salida.
Cuando al
fin pude subir Tito, mi perro, mi amigo, estaba muerto.
Yo lo conocí
a usted y a la que era, en ese entonces su secretaria, hace muchos años, en mi carácter
de periodista cubrí, no solo el diseño y comodidades de vario de sus barcos
sino también las inauguraciones de sus terminales y sus ampliaciones (entre
1967 y 1973 en notas del suplemento de arquitectura y diseño del Cronista
Comercial, que hacíamos con el arquitecto Carlos Dibar como en otros medios que
a lo largo del tiempo fui participando con la producción de contenidos.
Las notas
siempre fueron elogiosas, de su empresa y de sus realizaciones, porque estaba
convencido de la valía y pujanza de su persona y de su empresa que crecía,
dando un servicio de atención a la gente, a sus pasajeros.
Pero hoy,
varios años después, veo con tristeza, que han perdido sus objetivos, se han
convertido en una de las tantas empresas cuyo único objetivo es recaudar y que
debido a las prebendas de los distintos gobiernos de turno les “fabrican” una
exclusividad que permite que ello ocurra, sin importarles la gente SUS
CLIENTES.
A mis casi
72 años, he perdido a mi perro Tito, que me acompaño durante casi 8 años, eso
me pone muy triste, pero mucho más triste me pone que mucho de las personas que
dirigen muchas de las empresas, como la suya, han perdido su rumbo.
Ya no
tienen un capitán, un timonel que los lleve a buen rumbo.
Carlos Sánchez
Saravia